PONTIFICIA ACADEMIA PARA
LA
VIDA
DECLARACIÓN
FINAL DE LA XIV
ASAMBLEA GENERAL
"Junto al enfermo incurable y
al que muere: orientaciones éticas y operativas"
10
de marzo de 2008
Al término de
la XIV
Asamblea General, celebrada los días 25 a 27 de febrero de 2008, en
el Vaticano, y dedicada al tema “Junto al enfermo incurable y al que muere:
orientaciones éticas y operativas”, la Pontificia Academia para
la Vida desea
ofrecer a la comunidad eclesial y a la entera sociedad civil algunas reflexiones
conclusivas acerca del argumento tratado en los trabajos del
congreso.
1. Delante de la
experiencia del sufrimiento causado por la enfermedad y por la muerte inminente,
el hombre se siente impulsado a experimentar de manera más intensa y crucial su
finitud, y surgen frente a él, ineludiblemente, los interrogantes radicales
sobre el sentido de la existencia y sobre su destino último. En la búsqueda de
respuestas a tales preguntas y de puntos de referencia para satisfacer
cumplidamente el deber moral de cuidar y sostener su propia vida, todo hombre
que sufre tiende a volver la mirada alrededor de sí buscando ayuda y
comprensión.
2. En el contexto
cultural actual parece crecer y difundirse cada vez más la dificultad de dar un
sentido profundo a la experiencia de la enfermedad y de la muerte, sin alcanzar
a integrarla en la totalidad de la experiencia personal. Desafortunadamente,
este clima termina por favorecer el aislamiento de la persona enferma y
sufriente, agregando a sus padecimientos físicos un ulterior peso interior de
soledad moral y psicológica.
Muchas veces, junto al
paciente y a sus dificultades existenciales, también el médico llamado a
ayudarlo mediante su trabajo profesional, corre el riesgo de experimentar una
análoga soledad frente a la gravosa tarea de seleccionar y ofrecer al paciente
mismo los mejores remedios posibles para su situación de
enfermedad.
Solamente la
instauración de una auténtica “alianza terapéutica” entre el paciente y el
médico puede evitar estos riesgos, superando la soledad de ambos y poniendo las
bases para una correcta gestión de cualquier itinerario de atención
médica.
3. En el corazón de
cualquier verdadera “alianza terapéutica” está el reconocimiento de un bien
fundamental que promover y tutelar: el bien de la vida humana, en cualquiera de
sus fases.
A tal propósito, sea de parte del paciente como de parte del
médico, es importante reafirmar en las convicciones y en los comportamientos
concretos el emerger del valor inalienable e indisponible de la vida a la cual
se está prestando asistencia. Jamás será moralmente lícito actuar con la
intención directa de anticipar la muerte de alguien, aún con el fin bueno de
aliviar sus sufrimientos, como ha recordado recientemente el santo Padre
Benedicto XVI, cuando ha reafirmado “una vez más, la firme y constante condena
ética de toda forma de eutanasia directa, según la plurisecular enseñanza de
la Iglesia”
(Benedicto XVI: Discurso a los
participantes en el congreso organizado por la Pontificia Academia para
la Vida sobre el
tema “Junto al enfermo incurable y al que muere: orientaciones éticas y
operativas”, Sala Clementina Lunes 25 de febrero
2008).
4. Junto al rechazo de
la eutanasia en cualquiera de sus formas, la Pontificia Academia para
la Vida al mismo
tiempo siente la exigencia de reafirmar el deber moral de rechazar toda
intervención médica que pueda configurarse como “encarnizamiento terapéutico”,
es decir, todo acto médico que se demuestre de hecho no adecuado para alcanzar
un determinado objetivo de salud o de conservación de la
vida.
5. Para afrontar y
gestionar un itinerario terapéutico del modo correspondiente a la dignidad de la
persona enferma, es necesario que el paciente y los operadores sanitarios que lo
tienen bajo su cuidado, operen juntos un continuo discernimiento sobre las
intervenciones médicas que han de emprenderse, tomando en consideración tanto
los aspectos médico-técnicos, como aquellos más ligados a la subjetividad del
paciente, para llegar a un juicio moral sobre la mayor o menor obligatoriedad de
recurrir a la intervención médica pensada.
6. Un recurso precioso
que en los últimos años la medicina ha puesto a disposición de los pacientes en
la fase terminal del itinerario de su enfermedad está constituido por los
llamados “cuidados paliativos”. Estos, concentrando su acción propia en el
alivio y el control de los síntomas de patologías ya no curables, manifiestan el
gran valor ético que reconoce en la persona del paciente un sujeto que tiene
derecho a ser cuidado y asistido hasta su muerte, prescindiendo de la
posibilidad de recuperación o curación, porque su dignidad humana no está
disminuida por su condición de salud. Por tanto, la Pontificia Academia para
la Vida auspicia
que este sector de la medicina moderna pueda desarrollarse siempre más, tanto en
la adquisición de nuevos conocimientos científicos, como en la puesta en marcha
de suficientes estructuras de servicio y soporte, profundizando al mismo tiempo
su vocación de ciencia médica al servicio de quienes sufren sin esperanza de
curación.
7.
En conclusión, queremos compartir con toda persona de buena voluntad la
esperanza que anima profundamente nuestros corazones: la enfermedad y la muerte
no son ineluctablemente una derrota para el hombre, sino parte de su vida. Ellas
pueden constituir una preciosa ocasión para experimentar la riqueza de la
solidaridad humana y la fuerza del amor fraterno. Por ello hacemos nuestro el
acongojado llamado que el Papa Benedicto XVI ha dirigido a la comunidad civil:
“Una sociedad solidaria y humanitaria no puede no tener en cuenta las difíciles
condiciones de las familias que, a veces por largos periodos, deben llevar el
peso de la gestión domiciliaria de enfermos graves no autosuficientes. Un más
grande respeto de la vida humana individual pasa inevitablemente a través de la
solidaridad concreta de todos y cada uno, constituyendo uno de los desafíos más
urgentes de nuestro tiempo” (Benedicto XVI).